¡Hola a tod@s!
Ya está aquí el segundo capítulo de Daren. El Emisario de la Muerte, antes que nada quiero informaros que la novela está registrada y que no se puede copiar la totalidad o parte de su contenido.
Como dijimos con los anteriores números, se trata de un texto completamente virgen, es decir, que aún no ha sido editado por ningún profesional y si hay algún error sintáctico pedimos disculpas, pero lo que realmente nos importa es que la historia y los personajes os atraigan.
¡Esperamos vuestros comentarios aquí o en el blog de Daren! ¡Muchas gracias!
CAPÍTULO 2
CONVALECENCIA
Cuando volvió a recuperar la
conciencia, el olor a húmeda podredumbre continuaba metido en su nariz, sin
embargo, era algo muy distinto lo que mostraban sus ojos. De la oscuridad y las
tinieblas, pasó a una claridad deslumbrante. Estaba tumbado sobre una camilla,
en una habitación de un color blanco nuclear y una intensa luz procedente de
una lámpara encima de su cabeza aumentaba esa percepción.
La primera sensación familiar
que le llegó fue una voz, tan dulce y preocupada, que le hizo resoplar de
alegría y tranquilidad, al comprobar que estaba con los suyos.
- ¡Dori, se
ha despertado! ¡Llama al médico! - Al instante una cara de ángel con unos
enormes y expresivos ojos y una larga melena pelirroja recogida en una coleta,
apareció en su campo de visión. Pero estaba distinta, el cansancio acumulado de
días sin dormir se notaban en las bolsas que se habían formado alrededor de sus
ojos.
- Yera... -
le costaba trabajo hablar y cuando intentó incorporarse, todo su cuerpo empezó
a dolerle como si le clavasen miles de agujas por cada uno de sus poros.
- ¡Shhh! No
hables, cariño. - Una lágrima de alegría recorría la mejilla de su novia, pero
el brillo intenso de sus ojos indicaba que era de emoción al verle despierto.
- ¿Dónde
estoy? ¿Qué ha pasado? - Las palabras salían despacio de la garganta de Daren.
- Estás en
el hospital, mi vida. Has tenido un accidente con la moto. Dori y yo llevamos
tres días aquí, esperando que reaccionaras, pero ya estás de nuevo con nosotras
- Con una mano, Yera acarició la cara de su novio con ternura. El roce de una
piel conocida fue todo un alivio para Daren, pero también trajo a su mente
recuerdos sombríos.
- ¿Dónde
está él? - La mirada de Daren buscaba enloquecida a alguien más en la
habitación.
- El médico
está a punto de llegar, Dori ha ido a buscarle - Yera le miraba desconcertada.
- No, el
médico no, el ser, Sae...
- ¡Ay, mi
niño! ¡Ay, qué alegría de que hayas despertado! - Una mujer bastante gruesa
corría hacia la cama de Daren y le empezaba a dar besos por toda la cara, para
un segundo después llevarse las manos a la cintura, acto que significaba bronca
a la vista. - ¡Mira que te lo advertí! ¡Que no me gustaba esa moto, que era
demasiado rápida y tú eres un loco al volante! ¡Se lo he dicho a Yera antes:
Cómo le pase algo, no le vuelvo a hablar! - Daren no pudo contener la risa ante
los reproches de su niñera, pues sabía que eran la preocupación y los nervios
de muchos días los que hablaban por ella.
- Nana Dori
no me hagas reír, que sigo dolorido.
- Lo
importante, Dori, es que se ha despertado - Yera intentaba calmar a la niñera
para que Daren estuviese lo más tranquilo posible.
- ¿Me habían
llamado? - Un hombre rubio de grueso bigote y mediana edad entró en la
habitación con una bata blanca. Al ver a Daren despierto, su boca quedó
completamente abierta. - ¡No puede ser! ¡Señoras, pueden salir un momento! -
Dijo el médico. - Pueden mirar tras la cristalera.
- Señoritas,
que ninguna de las dos estamos casadas. ¡Juum! Vamos, Yera - La niñera cogió el
bolso y agarrando del brazo a la pelirroja salieron al pasillo. El doctor le
inspeccionó los ojos, el pulso y las constantes vitales que aparecían en una
pantalla de plasma que estaba colgada cual cuadro a la pared.
- Intente no
moverse durante unos segundos - El médico pulsó un botón de debajo de la cama
de Daren y salió al pasillo con Yera y Nana Dori, corriendo desde fuera la
cortina de la cristalera, para que todos pudieran verle desde el pasillo. La
niñera miraba al doctor de arriba a abajo con cara de pocos amigos. Una luz
salió de debajo de la cama de Daren y como si fuera un escáner fue repasando su
cuerpo desde la cabeza a los pies. Cuando hubo terminado, el doctor y las
chicas volvieron a entrar en la habitación. El médico se acercó a la pantalla
de plasma y deslizando un dedo, las constantes de Daren desaparecieron dejando
lugar a una radiografía del joven de cuerpo entero. - ¡Es increíble!
¡Milagroso! No muestra ningún daño interno, es como si desde el día que entró
al hospital hasta hoy se hubiera curado solo. No me lo explico. Le haremos más
pruebas. Ahora tiene que descansar, pero si responde bien a la rehabilitación
en unos días podría estar en casa. Ahora, si me disculpan...
- Cariño,
eso es estupendo, en nada estarás bien, ¿verdad, Dori? - Yera buscaba el apoyo
de la niñera que no dejaba de mirar la cara perpleja con la que el médico
abandonaba la habitación.
- Sí, sí,
por supuesto. - Dori siempre disimulaba muy mal. Una de sus mayores virtudes o
defectos es que era muy expresiva y todo se le notaba en seguida. - Por cierto,
Daren, tu padre ha corrido con todos los gastos del hospital. Ha estado llamando
los tres días y le voy informando de todo. En cuanto llegue a casa, le
telefonearé. Quería venir desde Estados Unidos, pero sabiendo que estás mejor,
seguro que se contentará con una videollamada. Y tu madre...
- No ha
aparecido por aquí, como siempre - dijo Daren echando la cara a un lado. No
quería que vieran la decepción en su rostro.
- Daren,
sabes que tu madre desde el divorcio siempre se ha ocupado de ti económicamente
- Dijo Nana Dori, intentando que se calmara.
- ¿Por qué
se lo mandó un juez? Dinero no es precisamente lo que necesitaba de una madre -
La furia en Daren se notaba en las venas de su cuello y la niñera echó un paso
atrás sentándose en el butacón para los familiares.
- No seas
tan duro, Daren. Además, tienes que relajarte ya has visto lo que ha dicho el
doctor - Yera acariciaba el brazo de su novio mientras intentaba
tranquilizarle.
- ¡El bello
durmiente se ha despertado! - Una joven enfermera muy morena de piel entró en
la habitación - Pues se te ha acabado el chollo. - Dijo entre risas - El médico
dice que debes dormir, cuando te despiertes te encontrarás mucho mejor y podrán
hacerte más pruebas. - En ese instante, sacó una jeringuilla y en el momento
que entró en contacto con su carne se partió - ¡Uy, que torpe! Me pasa muchas
veces, bueno, habrá que ponerle la mascarilla.
- No, Yera,
no quiero dormir, volverá a aparecer, quiero quedarme despierto - gritó Daren
mientras la enfermera le colocaba la mascarilla alrededor de la cabeza.
- ¿De quién
hablas, Daren? - su novia volvía a mirarle preocupada.
- El ser
oscuro vendrá... - el efecto del sedante ya empezaba a hacerle efecto - ... a
por mí.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Fue abriendo lentamente los
ojos. ¿Cuántas horas habría dormido? Levantó la cabeza y estaba solo. Aunque
una tenue luz entraba por la ventana, la habitación estaba extrañamente en
penumbra. Se podía percibir una oscuridad densa que se podía cortar con un
cuchillo. Cuando miró hacia la puerta, observó como un misterioso humo morado
entraba por debajo. Era siniestro ver como avanzaba hacia su cama. Intentó
moverse pero los pies no le respondían. ¿No había dicho el médico que estaba
perfectamente? El humo fue tomando forma a su izquierda muy cerca de su cabeza.
El miedo se apoderó de él, no quería mirar pero sabía perfectamente quién
estaba a su lado. Reconocía su aliento y aunque intentó gritar, el aire espeso
y oscuro le ahogaba, no podía respirar. Tampoco podía girar la cabeza, pero
frente a él, ondeaba una capa negra que ya había visto antes y su voz de
ultratumba en sus oídos, confirmó sus más terribles sospechas.
- ¡Eres mío!
¡Sólo mío! ¡Eres una marioneta sin vida en mis manos!
Su asquerosa lengua volvía a
meterse en su oído y un pitido ensordecedor atronó su cabeza.
Y en ese momento, se volvió a
despertar. Miró corriendo a ambos lados y no había nadie. Era de noche y un
abrigo viejo y el característico bolso de su niñera, reposaban en el butacón.
Había sido una pesadilla. ¿Pero, por qué siempre soñaba con aquel extraño ser?
Estaba decidido, no volvería a dormirse. Se irguió en la cama y empezó a mirar
atentamente la habitación. Una pequeña ventana a su derecha llenaba el cuarto
con la blanquecina luz de la luna. A su izquierda y al lado de su cama, el
plasma mostraba sus constantes y junto a él y hasta la puerta una cristalera
enorme con cortinas por fuera. Aunque oscuro, aquel ambiente era mejor que el
de sus sueños. Pero en ese instante, percibió algo que le dejó helado. En el
pasillo alguien corría la cortina y le observaba. Pudo ver un ojo tras la
cristalera. ¿Seguiría en una pesadilla?
- Hola, ¿hay
alguien? - Le reconfortó volver a oír su propia voz, pero la pregunta hizo que
quien quiera que estuviese tras la cortina saliese corriendo y Daren pudo oír
unos pasos decididos y rápidos alejarse por el pasillo.
-
¡Enfermera, enfermera, por favor! - Daren gritó nervioso.
Por el lado contrario apareció
la misma enfermera morena de antes.
- ¿Se
encuentra bien? - preguntó bostezando como quien acaba de levantarse de una
siesta.
- Ahí había
alguien, detrás de la cristalera - La enfermera salió al pasillo y miró en la
dirección en la que Daren señalaba.
- No hay
nadie, señor. A lo mejor ha sido su cuidadora. Se turna con la chica joven para
pasar las noches con usted- dijo la enfermera, acercándose a la cama y tirando
de él para que se tumbase.
- No, no era
ella era un ser...
- ¡Ah, ya,
el ser! Ya nos lo mencionó su novia. El doctor dice que puede ser estrés
postraumático. Ha tenido un accidente muy grave y aún no se explican cómo ha
salido ileso. Los más optimistas decían que se quedaría en silla de ruedas y
mire, está más fresco que una lechuga. - En ese mismo momento, por el mismo
lado por el que apareció la enfermera, llegó Nana Dori, con una botella de
refresco de 2 litros bajo un brazo y tres bolsas grandes de cortezas, patatas y
gusanitos en la otra. La de patatas estaba abierta y con una mano, en una
postura imposible, se lo llevaba a la boca.
- ¿Qué pasa
aquí? - dijo Nana Dori con la boca aún llena.
- Este joven,
que ha tenido una pesadilla - le dijo la enfermera mirándola con una cara de
incredulidad. - ¿Usted no le estaba cuidando?
- Sí hija,
pero con las emociones del día no me podía dormir y he ido a la máquina esa que
tienen fuera a cogerme algún tentempié ligero - dijo la niñera mientras se
metía otra patata en la boca.
- Ya,
ligero. Bueno, les dejo solos, voy a ver como siguen el resto de pacientes - La
enfermera salió de la habitación con un gran bostezo.
- Intenta
dormir, pequeño Daren - dijo la nana, mientras dejaba sus viandas en la silla y
se acercaba a la cama para acariciarle el pelo al joven, un gesto que desde
pequeño le tranquilizaba.
- No puedo,
Nana Dori, me siento muy inquieto. ¿Alguna vez te has preguntado que hay
después de la muerte?
- Vamos a
ver, tu sabes que soy católica - dijo mientras iba a por el butacón para
acercarlo a la cama y poder estar cerca de Daren. - Creo que las personas de
buen corazón van al cielo con los ángeles, mientras que los malos se pasan la
eternidad sufriendo tormentos en el infierno.
- Y, ¿crees
que es posible que los malos estén atormentados en el infierno, estando con
vida?
- Hijo mío,
las tres de la mañana no son horas para pensar estas cosas tan profundas - dijo
Nana Dori, abriendo la boca ostentosamente - Algunas personas son infelices
toda su vida, por errores o actos repugnantes que han cometido en el pasado, y
viven su infierno particular porque les remuerde la conciencia...
¿Podría ser eso? ¿Todo lo que estaba
pasando y creía ver era producto de su mala conciencia? Cuando Daren fue a
realizarle otra pregunta a su niñera, vio como la cabeza se la caía de los
hombros de tal forma, que estaba seguro que cuando despertase tendría dolor de
cuello. Un hilillo de baba le caía sobre el hombro derecho, provocando una
sonrisa en Daren. Esa era su familia. Nana Dori era todo cuanto tenía en la
vida y junto a ella se sentía seguro y reconfortado, igual que cuando era un
niño. Se quedó mirando a su cuidadora, mientras el sueño poco a poco se fue
apoderando de él.
Los días pasaron y la
rehabilitación no hizo falta. Pese al grave accidente sufrido, Daren andaba y
movía todos los músculos de su cuerpo como si nunca se hubiera caído de su
moto. Los médicos no daban crédito, pero las pruebas mostraban que el joven
tenía una salud excelente y en menos de una semana, estaba preparado para irse
a casa.
El día que le iban a dar el
alta, Daren despertó renovado, aunque un tanto perezoso. Pese a lo incómodas
que eran las camas del hospital, quería permanecer un rato más durmiendo. Sus
sentidos empezaban a despertarse y casualmente su oído se agudizó, escuchando
como dos voces femeninas hablaban entre susurros.
- Pero es
que no lo entiendo, soy su novia...
- Tienes que
entender que lo pasó muy mal con eso. Ni yo que llevo toda la vida a su lado,
puedo sacarle el tema. Se pone muy inquieto. Ya viste como reaccionó cuando le
mencioné a su madre…
La conversación estaba tomando
un cariz que no le gustaba, por lo que abrió los ojos y se irguió rápidamente,
para que notaran que estaba despierto.
- Buenos
días, ¿Cómo están las dos mujeres más guapas de esta habitación? - dijo Daren
mientras se estiraba.
- ¡Daren,
que alegría! Hoy vuelves a casa - La niñera se había colocado sus gafas de
cerca y estaba tejiendo lo que parecía una bufanda de lana. Su novia, mientras,
se dirigía a otro punto de la habitación sin mirarle. - Te voy a preparar tu
comida favorita y tienes toda la casa como los chorros del oro. Te va a parecer
que nunca has salido de ella.
- No hacía
falta que te tomaras tantas molestias, Nana Dori. Aunque estaba deseando salir
de aquí. Me siento prisionero entre estas cuatro paredes. ¿Estás contenta de
que salga, verdad Yera? - Su novia giró veloz la cabeza y con un movimiento de melena
y los brazos cruzados, le miró con cara de pocos amigos.
- ¿Por qué
nunca me has dicho lo de Saíd? - Daren quedó boquiabierto y en seguida miró
enfadado a su niñera bocazas.
- ¡Uy, que
tarde se ha hecho! - Dijo Nana Dori, haciendo que se miraba el reloj - Creo que
me he dejado la lumbre encendida. Te espero en casa, Daren. - Tiró las agujas y
la lana dentro de su ostentoso bolso y abandonó la habitación a la mayor
celeridad.
- ¡Vieja
bocazas! - chilló Daren para que la niñera le escuchara mientras salía del
pasillo.
- No la
riñas, Daren - dijo Yera acercándose a la cama - Es normal que se preocupe y me
informe. Lo que no es normal es que con el tiempo que llevamos nunca me lo
hayas mencionado. ¿Es que no confías en mí?
- No es eso,
princesa - Daren se sentía acorralado - Es que es algo muy personal, una
parcela muy íntima que solo Nana Dori conoce. No es que no me fíe de ti, es que
me hace sentir vulnerable y tú me tienes que ver como el superhéroe
todopoderoso que soy.
- No
empieces con tus cosas, ¿qué te crees que el saber que tienes sentimientos y
que sufres como cualquier ser humano, va a hacer que me gustes menos? Al
contrario - Yera acercó su cara a la de su novio y antes de plantarle un beso
le dijo: - Me encantan los blanditos.
- Entonces,
¿no estás enfadada conmigo? - le dijo Daren, mirándole con la cara de perrito
que le ponía siempre que sentía que algo podía ir mal.
- No -
respondió ella dubitativa - pero tienes que prometerme que a partir de ahora no
habrá más secretos.
- Te lo
prometo. ¿Te vas a quedar para ver cómo me cambio? - le dijo con voz pícara,
mientras se incorporaba en la cama.
- No quiero
seguir incrementando tu ego. Voy a recoger el coche para llevarte a casa. Te
espero abajo - La joven salió de la habitación convencida de que su novio no
quitaría la vista de ella.
Nada más poner un pie en el
exterior, Daren se dio cuenta de que algo había cambiado. En el entorno del
hospital no se había dado cuenta, pero ahora que estaba fuera pudo sentirlo
perfectamente. Todos sus sentidos se habían agudizado. Los colores tenían más
matices y alcanzaba a ver cosas que sucedían a larga distancia. Los olores
también le aportaban nuevas sensaciones, distinguía perfumes y aromas que antes
no podía y lo mismo le pasaba con lo que oía, miles de conversaciones que
estaban teniendo lugar a su alrededor se agolpaban en su cabeza. El exceso de
información le hizo desestabilizarse y
en cuanto vio el Ford blanco que conducía su chica, abrió la puerta y se tiró
literalmente al asiento de atrás.
- ¡Vaya! ¡Sabía
que tenías ganas de salir del hospital, pero no tantas!
- ¿Puedes ir
lo más rápido posible, Yera? por favor - Daren se tumbaba en el asiento
trasero, mientras se llevaba las manos a la cabeza.
- Tranquilo,
cogeré el primer raíl hacía la autopista. - La joven pulsó el acelerador de su
deportivo eléctrico y puso rumbo a la autopista, mientras que Daren intentaba
acostumbrarse a lo que veía tras los cristales del coche. Notaba la ciudad
cambiada, observaba cada uno de los detalles que antes pasaban inadvertidos
para él, pero de vez en cuando, apartaba la vista a un lado para no presionarse
demasiado.
De repente, el raíl sobre el que
iba el coche de Yera frenó y Daren comprobó que el causante era un semáforo en
rojo. Al alzarse de su asiento, una luz intensa captó su mirada, aunque era un
día soleado. El destello provenía de una joven de no más de 30 años que llevaba
unos grandes cascos de música en la cabeza. No solo brillaba, sino que se la
veía... ¿codificada? No había color en ella, su cuerpo estaba repleto de rayas
blancas y negras que cambiaban de posición y tamaño.
- ¡Yera,
mira esa chica! ¡Qué raro! ¿Será un nuevo reclamo publicitario de una
televisión de pago?
- ¿Qué
chica, Daren?
- Esa que
brilla, la de los cascos.
- ¿Brilla?
Yo la veo normal.
- ¡Pero si
está en blanco y negro!
- ¡Daren! -
Su novia giró la cabeza y le miró a los ojos - ¿Estás bien? - Se le notaba
preocupada
- ¿Tú... no
lo ves? - Daren no sabía que pensar. Su médico le había dicho que las
pesadillas y las visiones eran normales por el shock del accidente, pero
aquello era distinto, se sentía bien.
- ¡Cálmate!
Recuéstate y respira hondo. En nada llegamos a casa - La chica volvió la cabeza
hacia la carretera, aunque de reojo miraba con nerviosismo a su chico por el
espejo retrovisor - Llevas una semana en el hospital y tendrás que ir
acostumbrándote a ser libre de nuevo. - Dijo con una sonrisa.
- ¡Sí, será
eso! - le dijo, pero sabía que no. Desde que salió a la calle todo era
distinto, dentro de él y fuera, pero como siguiera recreándose en dichos
pensamientos acabaría por salirle humo de la cabeza. Intentó relajarse y por
supuesto dirigir la mirada a cualquier punto que no fuera el exterior del
coche.
El ático de Daren se encontraba
en pleno centro de la capital, en la calle Bailén, junto al recién remodelado
Viaducto de Segovia. Unos minutos más tarde, Yera aparcaba su Ford junto al
portal de su chico.
- Primera
sorpresa del día, guapo. Mira detrás tuyo - Daren hizo caso a su chica, y lo
que vio le hizo olvidarse de todo lo que sentía. Su Ducati Lupus estaba
aparcada detrás del coche de Yera. Su adorada moto estaba intacta y al sol
resplandecía como el pelaje de un lobo. Daren salió apresuradamente del coche y
se montó encima. Sentir su vehículo entre sus piernas, le hacía sentirse más en
casa todavía. Miró hacía atrás y Yera le observaba desde el retrovisor de su
coche. Era momento de recompensarla por lo de esa mañana y por haber estado
cuidándole tantos días en el hospital.
- ¿Sería tan
amable, mi princesa, de acompañarme a mi castillo? - Le preguntó Daren desde la
ventanilla del copiloto.
- ¿Yo? -
respondió Yera cogiéndose uno de los mechones de su pelo - ¿En tu casa? ¡Nunca
me has invitado!
- Bueno... -
dijo el joven llevándose una mano a la cabeza - ... alguna vez tendría que ser
la primera. - La sonrisa de Daren convenció a la chica que salió del coche y de
la mano con su novio se dispusieron a subir al ascensor.
Al llegar a la quinta planta, un
ladrido conocido consiguió que Daren se volviese loco por abrir la puerta y con
gesto nervioso, encontró en el bolsillo trasero de su pantalón la llave
electrónica que abría la puerta de su casa. En cuanto la hubo abierto, su
pastor alemán cruzado con doberman, ya crecidito, se tiró encima de él,
haciéndole caer al suelo, mientras le lamía toda la cara.
- ¡Tor,
pequeño amigo, yo también te he echado de menos! - Daren y Yera reían ante la
reacción de la mascota, que no paraba de corretear y menear la cola, sin dejar
a su dueño que se levantara.
- Ya estáis
aquí, que pronto, me habéis pillado con las manos en la masa - Nana Dori, con
el delantal puesto y una cuchara de palo en la mano, se asomó para dar la
bienvenida a los chicos para justo después volverse a meter en la cocina.
Los dos jóvenes entraron juntos
al ático, seguidos del perro que no paraba de ladrar y moverse alrededor de su
amo. Para Yera aquello era nuevo, ya que nunca había entrado en lo que Daren
llamaba "sus dominios". A la izquierda del descansillo, había una
gran cocina en la que se veía a Nana Dori trabajando, y siguiendo hacia
adelante un amplio salón con un sillón semicircular blanco y dos pufs que daban
a una chimenea artificial. En una de las paredes de aquel espacioso comedor,
encima de la chimenea, estaba el cuadro "El destino" de Francisco de
Goya. Al fondo se contemplaba una simple mesa con cuatro sillas que daban a un
ventanal enorme al que Daren llevó a Yera. Cuando elevó el estor , el paisaje
que presenció era sublime. Frente a ella el recinto ferial de las Vistillas,
donde se celebraban las fiestas de San Isidro y a la derecha, el viaducto y la
catedral de la Almudena, tapando el fastuoso Palacio Real.
- ¡Tu ático
es precioso, Daren!. Espero que pueda venir más veces - dijo Yera haciéndose la
remolona.
- A partir
de hoy estás invitada siempre que quieras - le respondió Daren, acercándola
hacía él y dándola un apasionado beso.
- Yera,
hija, te quedarás a comer con nosotros, ¿verdad? He preparado mi estofado de
patatas y carne que es el favorito de Daren - la niñera había entrado al salón
para colocar la mesa, sin enterarse del momento apasionado que estaban viviendo
los dos jóvenes - ¡Uy, perdón! - dijo Nana Dori, alzando la fuente para taparse
con ella la cara. - ¡Niño, avisa! Perdonad, es que como no estoy acostumbrada a
que Daren traiga gente.
- No tiene
que disculparse, Dori, está en su casa. Siento no poder quedarme, pero he
quedado con una compañera de la universidad para que me pase los apuntes de
estos días. ¿Me acompañas a la puerta? - le dijo a Daren de manera seductora.
Cuando salieron al descansillo,
y lejos de miradas cotillas, Yera se abrazó a Daren y acariciándole el pelo,
fue acercando su cabeza a la de su novio, dándole un único beso.
- Esto es un
aperitivo de lo que puedes tener la próxima vez que venga - le dijo mientras se
alejaba hacia el ascensor.
- ¿Tienes
planes para esta tarde? - dijo un Daren con ganas de más.
- Ya vamos
hablando, guapo, no quiero que te canses de mí - dijo la chica mientras se
cerraba la puerta del ascensor.
- Eso nunca
- le respondió Daren a la puerta ya cerrada. Estaba en una nube y lo más
importante, se sentía mejor que nunca. Cuando volvió a entrar algo pesado
imposibilitaba que la puerta se abriera. Cuando consiguió abrirla, oyó unos
pasos rápidos hacía la cocina. Estaba claro que la niñera no se había perdido
la escena desde la mirilla de la puerta.
- Es muy
maja esa chica, ¿eh? - le dijo disimuladamente - Podrías traerla más a menudo,
yo le he dado mi bendición ya.
- Normal,
con que te dé palique y le puedas contar todos los chismes que llevas dentro… -
le dijo Daren riéndose y apoyándose en el quicio de la puerta.
- Es tu
novia, Daren. Yo creo que esas cosas las debería saber, para conocerte mejor.
- Sí, sí, lo
que quieras, pero ¿no crees que es mejor que se entere por mí?
- Ya, hijo,
pero es que hay veces que te cuesta tanto decir las cosas.... Bueno, déjame,
que con tanta visita, se me han olvidado comprar algunas cosas. Te voy a hacer una tarta de tres chocolates
para celebrar tu vuelta a casa. ¡Ah!, pero prométeme que esperarás unos días
antes de coger esa dichosa moto.
- Vete, sin
problema, hoy estaré tranquilo y no correré ningún peligro. Te lo prometo.
La niñera cogió su chaquetón y
su llamativo bolso y salió por la puerta dejándole solo en el ático con el
perro.
- Tor, ven
bonito. Vamos a ver que echan en la tele. - Daren se sentó en el sofá y el
perro corrió a tumbarse en su regazo como acostumbraba cuando estaban solos. El
joven cogió el mando y apuntó hacia el cuadro que había encima de la chimenea.
Este comenzó a elevarse, hasta que descubrió lo que ocultaba, una enorme
televisión de plasma. En el mismo instante que el televisor se encendió, el
nerviosismo se volvió a apoderar del joven. No se veía nada, había perdido la
conexión. La imagen que se distinguía en el plasma era la misma que vio en
aquella chica de la calle. Daren fue ágil pulsando un botón cualquiera y
milagrosamente la imagen volvió a la pantalla mostrando un aburrido
informativo. Pero en ese instante, su cabeza no podía dejar de pensar en
aquella escena. Apagó la televisión haciendo que el cuadro volviese a su
posición original y decidió ir a tomar el aire. Cogió su chaqueta de cuero y
aprovechando para sacar a su perro, salió a la calle.
El aire frío golpeó en su cara,
sintiendo alivio e intentando despejar su mente. El clima invernal le encantaba
a Daren y sobre todo pasear con su perro en esa estación. Aunque siempre
recorrían la ribera del Manzanares, esta vez decidió quedarse más cerca y dar
la vuelta a su edificio, donde estaban los jardines del recinto ferial de las
Vistillas. Como era normal en un sábado por la mañana, estaba plagado de niños,
que en diferentes grupos jugaban con robots de acción, la última moda, que
Daren nunca entendería. Pero algo de allí deslumbró a Daren y llamó su
atención. Era un pequeño grupo de niños que jugaban con un robot especial que simulaba
ser un gato y le daban órdenes con la voz para que saltara o corriera. Desde
detrás de unos arbustos, otro chico les miraba desde la distancia. Llevaba una
gorra azul con la visera hacia atrás y tendría unos 13 años. Su mirada era de
envidia, de deseo de jugar con ellos y de tristeza a la vez. Pero no era lo más
llamativo de él, pues igual que la chica que había visto desde el coche de
Yera, este chico estaba codificado. Las rayas negras y blancas ocupaban todo su
cuerpo y aunque Daren se restregara los ojos, lo seguía viendo igual. Cada vez
estaba más convencido de que eso no era estrés ni efecto del accidente. Sin
embargo, esta vez la sensación cambió en referencia a la anterior chica. Daren
sentía que una fuerza dentro de él, le impulsaba a acercarse a ese pequeño, y
aunque intentaba evitar el contacto con el chico, sus piernas no escuchaban a
su cerebro y cada vez estaba más cerca de él. Cuando estaba a solo unos
centímetros de su piel, Tor tiró de él hacia el lado contrario, y pudo escapar
de esa horrible sensación, y olvidándose de que el perro no había hecho sus
necesidades, volvió corriendo a su casa. Habían sido demasiadas emociones por
hoy.
¿Qué le pasaba en la vista? ¿Por
qué veía a gente normal y otra de esa forma tan inusual? La cabeza de Daren
empezó a darle vueltas y sintió que si no se relajaba, iba a explotar. Pero no
podía seguir así, algo tenía que hacer.
Cuando entró a su portal, pasó
del ascensor, y es que subir cinco pisos andando le vendría bien para
desentumecer sus músculos. Pero esa decisión volvió a poner a prueba los
sentimientos de Daren. Cuando alcanzó el segundo piso, su vecina del tercero,
bajaba hacia la calle. Paquita, era una mujer mayor pero vitalista. Había pasado
los 65, pero su cara no aparentaba más de 50. Era muy amiga de Nana Dori y
juntas comentaban la telenovela de moda.
- ¡Daren,
hijo! ¡Como me alegra verte! ¿Tú también subes por las escaleras? Yo las
prefiero al ascensor, vienen bien para la circulación. Mira que se lo tengo
dicho a Nana Dori, si hiciera más ejercicio se le bajarían esos kilos de más
que tiene, pero nada. Hablando de ella, ya me dijo lo del accidente. Yo siempre
le dije que esa moto no me gustaba. Mi sobrino Lucas, el de Ferrol, tuvo un
accidente en una y ahora está en silla de ruedas. Y mira que a mí siempre me
han gustado. Conducirlas no, no te vayas a creer, pero cuando era joven, que te llevaran de
paquete era muy emocionante, y así, podías achucharte un poco al guaperas de
delante. ¡Jajajaja! - Paquita paró en seco al ver la cara horrorizada con la
que Daren la miraba. A ella también la veía codificada. - ¡Uy, que mala cara!
¿Sigues enfermo?
- Disculpe,
Paquita. Son los nervios, el primer día fuera del hospital. Si me permite, me
gustaría descansar en casa - dijo Daren intentando cortar la conversación para
no ver más esa escena.
- Tranquilo,
hijo, si te entiendo. ¡Oye, dile a Dori que se pase a mediodía a mi casa, que
me tiene que contar lo que pasó ayer entre Mario Rodolfo y Lisandra María, que
tuve que ir a la peluquería y me perdí el capítulo del culebrón. - La mujer ya
había empezado su descenso por la escalera y una fuerza dentro de Daren le
impulsaba hacía ella. Era increíble, pero una rabia inhumana se apoderó de él y
aunque su mente no quería, sabía que su impulso era tirarla por las escaleras.
En esta ocasión, la fuerza que tiraba de él era cada vez más grande y su mano
se fue acercando a la espalda de la señora, hasta casi tocarla. Pero no. Justo
cuando la rozaba, resistió el impulso. No obstante, Paquita lo había notado y
se dio la vuelta.
- ¿Quieres
algo, hijito? - le preguntó extrañada.
- Solo
agradecerla el interés - Y de tres en tres fue subiendo las escaleras hasta que
llegó a su casa.
Solo cuando estuvo dentro de su
hogar se sintió aliviado. El corazón le latía a mil por hora y sentía como la
adrenalina recorría su cuerpo. ¿El accidente le había cambiado? ¿Por qué le iba
a hacer daño a una entrañable señora como Paquita? ¿Qué le estaba pasando? Toda
la rabia e impotencia contenidas salieron a través de sus puños dando varios
golpes secos a la pared que en otro tiempo, le hubieran dejado los nudillos en
carne viva. Ya no aguantaba más. Estaba aterrorizado, no se atrevía a volver a
la calle, no quería herir a nadie. Ese no era él, era otra persona a la que le
estaba costando controlar. Daren se desplomó en el suelo y de rodillas, enterró
su cabeza entre las piernas, momento que Tor aprovechó para consolarle a
lametazos.
Pasaron minutos, tal vez una
hora larga y Daren seguía en la misma posición en el descansillo del ático,
cuando Nana Dori volvió de la compra.
- ¡Daren,
hijo! ¿Qué haces ahí? ¿Te encuentras bien? - La nana dejó las bolsas en la cocina
y a duras penas se arrodilló enfrente del muchacho, que en cuanto la tuvo a
mano lanzó sus brazos hacía sus hombros y la dio un fuerte abrazo.
- Nana Dori,
tengo miedo. Miedo de haber cambiado. Miedo de no seguir siendo yo mismo. -
Aunque no lloraba, los ojos acuosos de Daren, mostraban su angustia.
- ¡Mi niño,
si es que por muy guapetón que te pongas y por mucha novia que te eches,
siempre seguirás siendo mi niño! ¿Te acuerdas de los días que nos pasamos
abrazados cuando ocurrió lo de tu hermano? Eso sí que fue un golpe fuerte, un
terremoto que asoló nuestras vidas. Y míranos, aquí estamos, salimos adelante.
¿Vas a dejar que un simple accidente pueda contigo? - Sus gruesos dedos
acariciaron el pelo del chico. - Tú eres más fuerte que eso. Tienes miedo como
cuando eras pequeño. ¿Qué era eso que tanto temías de crío? ¡Ya sé, esos ojos
color miel, que veías a todas horas por tu cuarto, debajo de la cama y en los
armarios! Con dormir atemorizados no conseguíamos nada, pero cuando juntos
comprobábamos cada rincón y nos íbamos a la cama convencidos, el miedo
desaparecía. Pues esto es igual. Tienes que salir ahí y demostrarte que eres el
mismo. Que nada ha cambiado. Enfrenta tus miedos otra vez, Daren. Aquí sentado
solo te hundirás más.
Como un resorte, la niñera se
levantó, apoyándose en la pared para no caerse y se adentró en la cocina. Nana
Dori sería pueblerina, algo cateta y chismosa, pero en dulzura no la ganaba
nadie. Y aunque tuviera pocos estudios, la calle la había enseñado cosas con
las que defenderse ante los demás como gato panza arriba. Sus palabras
surgieron efecto en Daren que a los pocos segundos se puso de nuevo en pie.
- Vamos,
guapetón. Ayúdame a poner la mesa que en seguida comemos - dijo la cuidadora.
Pero Daren estaba decidido. Cogió su cazadora de cuero y desoyendo los ladridos
de Tor, que no había podido acabar de hacer sus necesidades, salió solo a la
calle.
- ¡Daren!
¡Te he dicho que salgas pero no ahora, que se te va a enfriar el estofado!
¡Daren! - La voz de Nana Dori se oía por todo el portal, pero ya no había
marcha atrás. Ella le había convencido y Daren salía a enfrentar sus miedos.
Sabía dónde tenía que ir y se puso la capucha para taparse la cara. No
necesitaba ver a nadie más por hoy, solo el suelo y sentir la calle. Daren puso
un pie fuera del portal sin saber que volvería con más miedo del que ahora
tenía.